A lo largo de los meses de octubre y noviembre, la estación de Correos —lo que queda tras el derribo parcial de 1972— ha recibido la visita de unas 450 personas que en grupos reducidos han podido pisar uno de los espacios más singulares de la red de metro, por lo general inaccesible porque se encuentra en medio del túnel de la línea 4. Aficionados al transporte, público, ciudadanos curiosos y empleados de Metro y Bus han participado en las visitas organizadas por TMB de forma excepcional con motivo del centenario del metro.

Los restos de la estación de Correos descansan en soledad en el subsuelo de la parte baja de la Via Laietana, entre la calle de Àngel Baixeras y la plaza de Idrissa Diallo, sin acceso directo desde la superficie, ya que las escaleras y el vestíbulo se convirtieron en pozo de ventilación. Sólo se puede llegar andando por el túnel, cuando no circulan trenes y se ha cortado la corriente de la catenaria.

El derribo para facilitar la prolongación de la línea 4 hacia Barceloneta, puesta en servicio en 1976, eliminó parte de los andenes (tenía dos, uno para el pasaje y otro para el personal, a ambos lados de la vía donde estacionaban los trenes), pero dejó enteros varios paneles publicitarios (con contenidos comerciales y políticos que traen recuerdos a los visitantes de edad más avanzada) y parte de las baldosas grises tipo metro. También se conservan los letreros rojos con el nombre original Correos y un indicador de cerámica con parte de la palabra “entrada”.

Aprovechando las obras de renovación integral de vía del tramo central de la L4, estos elementos patrimoniales fueron consolidados y protegidos recientemente. Durante muchos años hubo, además, enganchado a un pilar de quienes separan ambas vías, el cartel impreso que anunciaba el cierre definitivo de la estación, con fecha 20 de marzo de 1972, pero el tiempo y las corrientes de aire le han hecho desaparecer.

A diferencia de otras estaciones del Gran Metro, en Correos imperaba la austeridad en la arquitectura porque la empresa la abrió en 1934 como un apeadero provisional, a la espera de alargar el túnel hasta el Portal de Mar, junto a la Estación de Francia: por eso tenía una sola vía y el mínimo confort. A la hora de las visitas, el túnel estaba iluminado para resaltar los elementos históricos y se habían instalado unas figuras que rendían homenaje a los trabajadores que lo construyeron en los años 30 en unas duras condiciones agravadas por las filtraciones debidas a la proximidad del mar.

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